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Supersticiones

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Abrir el paraguas bajo techo trae mala suerte. Pasar bajo una escalera trae mala suerte. O tirar la sal, romper un espejo, o el color amarillo… Tocar madera, sin embargo, trae buena suerte. También cruzar los dedos, o llevar una pata de conejo o que la novia en su boda lleve algo prestado, algo nuevo, algo viejo y algo azul. Y ¡por favor!, que el novio no vea a la novia antes de la ceremonia: eso daría mala suerte al matrimonio. Éstas y otras supersticiones vienen dadas por cultura, y a pesar de que no haya la más mínima prueba de que efectivamente determinen los sucesos posteriores de nuestra vida, así lo creen muchos.
La superstición se basa en una supuesta relación causal entre los actos que realizamos y eventos que deseamos que sucedan o que queremos evitar. Pero las supersticiones como las mencionadas antes, aunque algunos las crean, en principio no tienen por qué generarnos grandes problemas.
Sin embargo, a veces, cuando la persona siente mucho miedo y sufre por la (inevitable) falta de control sobre los sucesos de la vida, elabora y mantiene sus propias supersticiones con la intención consciente de “que vayan bien las cosas” e inconsciente de sentir control sobre los acontecimientos. Un día hizo algo, o dejó de hacer algo, o pensó en una cosa, cantó o escuchó una canción, y algo importante que deseaba en ese momento salió bien, y desde entonces, no se quedó en el recuerdo de una simple casualidad agradable, sino que se tomó aquella acción como talismán, a pesar de la irracionalidad de creer que dicha acción conduzca a tal resultado. A veces es algo tan rebuscado como que uno antes de salir de casa tenga que realizar los mismos pasos mientras escucha una misma canción, y luego se pone colonia en los mismos sitios siguiendo un recorrido que no puede saltarse, observa un objeto o fotografía a la que otorga también un poder, de “buena suerte” o “protección”, y sólo entonces puede salir más o menos tranquilo de casa. Por supuesto esto les hace a veces llegar tarde a los sitios, tener que volver y empezar el ritual porque se olvidó hacerlo, o si no se puede volver y realizarlo, les hace vivir con mucha ansiedad ese día. Y a veces los rituales son más largos, más complejos e incluso peligrosos para uno mismo.
La persona pone a prueba una y otra vez ese mecanismo “de protección”. Lo curioso es que no suele ser imparcial a la hora de valorar sus resultados. Si uno ha realizado su ritual de forma “correcta” y a pesar de ello las cosas no van bien, sigue creyendo que el ritual “algo protegerá”, o que “podría haber sido peor” o que algo ha hecho mal. El caso es sentir algo de control aunque sea mediante el “pude evitarlo”. Uno no deshecha un ritual de protección con facilidad.
Como habréis entendido ya, la clave es la necesidad y la tranquilidad que experimentan estas personas de sentir control sobre las cosas, precisamente porque la falta del mismo les hace sentir demasiado vulnerables. No son capaces de asumir que no tenemos poder para desencadenar, o en algunos casos más bien evitar, algunos acontecimientos de la vida, y esto les hace sufrir de manera especial.
¿Qué hay detrás de estos miedos? Existen varias posibilidades. Quizá sea un mensaje de alguien significativo, que uno apenas detecta, o un suceso traumático (vivido en primera persona o a través de otro) que les haya llevado a estar alertas y al pensamiento constante de que algo malo va a suceder… en cualquier caso no siempre es fácil encontrar la causa y menos “desactivar” el pensamiento catastrófico y el sufrimiento. A menos que se haga una psicoterapia y uno esté dispuesto a hallar de dónde viene esta manera de malvivir.
Cuando uno analiza y soluciona en consulta esos miedos, ese sufrimiento, consigue dejar de intentar controlar todo y deja de otorgar un poder irreal a acciones y objetos externos ganando seguridad en sí mismo y una sensación de tranquilidad y de libertad impagable.